lunes, 7 de mayo de 2012

La mano en el arado (Lucas 9,57-62)


Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

à Vemos a Jesús en actitud muy exigente con ese que lo quiere seguir; no puede perder el tiempo en la formación de personas que no están dispuestas a sacrificarlo todo por el Evangelio.
  
 Siempre has sido claro, Jesús. El que quiera seguirte sabrá a qué atenerse, pues tu vida es una vida en completo servicio a la causa del Reino. Lo recordaste en las parábolas del que quiere construir una casa, o guerrear contra el enemigo. Primero hay que calcular las probabilidades de éxito, y luego tomar una determinación.
Tú eres de los que avisan: no tengo donde reclinar la cabeza. Si quieres seguirme, sabes a lo que te expones.

à Para Jesús no se puede ser su discípulo ni entrar en el Reino sin tener una experiencia de libertad.   Deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.
Esto podría significar tal vez que debía enterrar a su padre difunto. Pero lo más probable es que quería ocuparse de su padre, ya anciano, hasta el momento en que lo fuera a enterrar (Tob 6,15).

Esta petición, de lo más lógica, que te hizo aquel a quien invitaste a seguirte, también la repetimos con frecuencia. En muchas ocasiones ocasiones hemos pospuesto tu seguimiento a “obligaciones” ineludibles. Incluso en el mismo apostolado… El “permanezcan en mi amor” no siempre lo he mos tenido como obligación primera. Hemos ido a enterrar –o a desenterrar- muchos muertos que han ocupado nuestro tiempo y nuestras energías.

à El otro que lo quiere seguir, posiblemente esperaba en su interior que, en el momento de despedirse, la gente de su casa le suplicaría que no hiciera tal locura. Así se quedaría en buenas intenciones... yo quisiera, pero...   

En estos momentos tenemos la oportunidad de escuchar tu llamada y ninguna excusa para no seguirla. Debemos superar situaciones pasadas, momentos de añoranza, momentos de dolor y de pecado, y abrirnos a la posibilidad que nos muestres de servir al prójimo donde tu deseas. Y que nuestro seguimiento sea efectivo, consciente, asumido, allá donde tu voluntad disponga. 

lunes, 30 de abril de 2012

Tú eres el Cristo (Marcos 8,27-38)


Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» ...Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días...
Y reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:  Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.»

à Tú eres el Cristo
Pedro sabía quien eras, “el Ungido”. Pero no tenía claro para qué te había ungido el Padre. Y no le gustó que le hablaras de sufrimiento.

Es la gran tarea pendiente de quienes nos decimos tus seguidores. Sabemos quién eres, pero actuamos como si no supiéramos a qué nos compromete tu seguimiento. Hemos hecho del sufrimiento una excusa para montar ONGs que piensan que todo se arregla con dinero. Y nos creemos “seguidores” –del que no tenía donde reclinar la cabeza- cuando aliviamos con dinero el sufrimiento –este sí es verdadero- de los más desfavorecidos. Somos administradores del sufrimiento ajeno.
Jesús, no me dejes caer en la tentación de constatar el sufrimiento ajeno sin compadecerme. Hazme misericordioso como tú.

à Tus pensamientos no son los de Dios
Por eso hay que estar a la escucha de las cosas de Dios.  El no piensa como nosotros. Tiene para el mundo otras soluciones, otras respuestas que ni soñamos. Sus planteamientos van más allá de las soluciones económicas, políticas, sociales…

No pretendo conocer tus pensamientos. Pero rastreando tu palabra, Jesús, puedo encontrar qué pensabas sobre el dinero, sobre el trabajo humano, sobre las relaciones entre jefes y súbditos, sobre el matrimonio, sobre el que se entrega al Reino… Son pensamientos de Dios que tengo que repasar una y mil veces, hasta que se graben en el corazón y me transformen en nueva criatura, que actúe a la manera de Dios.

à Quien se avergüence de mí y de mis palabras…
Me avergüenzo de mí, por no ser capaz de dar testimonio de ti y de tus palabras… Es fácil hacerlo en la iglesia, ante los fieles, y más ante los fieles partidarios incondicionales. Pero también puedo avergonzarme de que se note demasiado que soy cristiano, o de responder de manera audaz ante el hermano que me pide limosna, o ante la persona que solicita un momento de atención. Ahí, me he avergonzado de no actuar como testigo de tu Palabra.

Por eso quiero decirte que me perdones, que no tengas en cuenta mis debilidades y que me des la “caradura” necesaria para dar testimonio de ti. Sé que es fácil ponerlo por escrito, pero deseo ser amigo fiel de quien siempre ha sido fiel amigo. 

lunes, 23 de abril de 2012

Discípulos


Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día y, comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”. (Lucas 24,45-48)

Los discípulos son los testigos de la muerte de Jesús y también de su resurrección. No son un grupo de amigos alrededor de un jefe visionario que les lavó el cerebro con la promesa de un reino igualitario.

Los discípulos son personas unidas por una esperanza común, por la fidelidad a un proyecto que, a través de Jesús, descubrieron como proyecto de Dios y que consiste en la fraternidad universal. Por este proyecto, su “líder” entregó su vida toda.

 La resurrección no le ocurrió sólo a Jesús. En sus discípulos hay un resurgir de personas nuevas: han transformado sus ideales nacionalistas y excluyentes en invitación a una mesa común a la que son llamadas “todas las naciones” y pueden acercarse los que transitan por los “cruces de los caminos”.

Los cristianos nos apoyamos en este grupo de apóstoles y discípulos para no dispersar fuerzas ni dar prioridad a ideologías desintegradoras porque queremos constituir una sola familia, reunida en torno a la comida, donde nadie es excluido y donde todos sirven a todos.

Los discípulos de Jesús no son eruditos en cristología, sino sus amigos. Amigos hasta dar la vida como Él, que no pretenden transmitirnos conocimientos sino vivencias. ¡Y cuántas vivencias se despertarán en cada uno de nosotros si compartimos la mesa común!

domingo, 15 de abril de 2012

Vida Total


Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. (Texto completo:  1Cor 15,1-24)

Jesús, creo en tu resurrección. Sería un tonto si estuviera hablando con alguien del pasado, si hiciera depender mi vida de alguien que existió hace miles de años y que gracias a la iniciativa de algunos, ha perdurado su recuerdo en la historia.

Tu resurrección es la posibilidad abierta de Vida nueva para toda la creación. Y esa creación nos manifiesta la vida transformada por acción, sobre todo, del amor.

El mundo camina hacia adelante en la medida que se establecen relaciones fraternas, solidarias, amorosas. Hay esperanza en un futuro definitivo y distinto. Esa esperanza nos mueve a poner nuestro empeño en ir construyéndolo.

 Tú nos lo anunciaste, diste la vida por él, y al resucitar, nos invitas a ser partícipes de algo –Reino le llamaste tú- que ya estamos gustando en esta vida, algo que no va a ser “para los que vengan detrás”, sino la vida definitiva de todos nosotros, los hijos e hijas de Dios.

Señor Jesús, que resucitaste de entre los muertos y nos diste a todos la esperanza en una Vida Total junto al Padre:
Quiero agradecerte este don que nos haces y pedirte que esa esperanza haga que mi vida tenga un único norte: la vida renovada y definitiva que tú nos  ofreces.
 Te lo pido con fe, fundada en los testigos que compartieron contigo tu vida de resucitado. Amén.

domingo, 8 de abril de 2012

¿Por qué lloras?


Estaba María junto al sepulcro fuera llorando...  se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. (Juan 20,10-18)

à Estaba Maria junto al sepulcro, fuera, llorando.
Los discípulos volvieron a casa. Pero María se quedó llorando. Seguramente no se creía lo que acababa de ocurrir. No era posible que Jesús, su amigo, fuera todo aquello que decían de él sus enemigos.
Se quedó esperando un milagro. Eso que todos deseamos que trastoque una realidad que parece ya inmutable. Y el milagro, ocurrió.

à Mujer ¿por qué lloras?
Jesús le quisiste gastar una broma a tu amiga. ¿Qué razón tienes para llorar? ¿Lloras por mí? ¡Si estoy vivo!
Pero María no te reconoce. No en vano vienes del otro lado de la muerte. ¡Cómo debe ser un “cuerpo” resucitado! Bello, lleno de vida, inmortal, sin huellas del pasado… No te pudo reconocer.

à ¡María!... ¡Rabbuní!
Hasta que la llamaste. Porque el nombre que pronuncia el ser amado, no se oye con los oídos, sino con el corazón. Y María te respondió con el nombre cariñoso que seguramente te daba para hacerte rabiar: Maestro!! No hablaban los labios, sino el corazón.
Tú que pedirías después a Pedro un certificado triple de amor, es normal que quisieras dar la buena noticia de tu resurrección, primero, a quien más amabas.

à Vete donde mis hermanos y diles
Y le encargas a ella que sea portavoz de esta buena noticia. Sabes, Jesús, me encantaría que el discípulo amado se llamara María. Seguramente tu iglesia sería un poco más “femenina”, lloraría ante tantos muertos innecesarios, sentiría tu presencia viva en el corazón, más que en la cabeza y sería una iglesia tierna, acogedora, testigo de la vida… ¡Quién mejor que una mujer para dar testimonio de la vida!

à María fue y dijo a los discípulos
Ella cumplió tu encargo. Y seguramente puso tanto entusiasmo en ello que algunos pensarían que estaba loca, que el dolor la había trastornado. Y por eso no la tuvieron muy en cuenta. Me gusta pensar que Aquel que se entregó a la muerte por Amor, también por Amor transmitiera la Vida de resucitados a quienes lo aman.
Tu resurrección, Jesús, es otro gesto de amor, el más importante. Si la muerte hubiera sido total, ¿de qué habría servido tu sacrificio? El grano de trigo que muere, pero vuelve a la vida transformado en miles de espigas, llamadas, a su vez, a dar vida eternamente.

domingo, 1 de abril de 2012

Le crucificaron allí (Lucas 23,33-49)


Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda...

à Jesús dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
                       Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso
                       Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu                 

à El pueblo:  Estaba mirando
                       Regresaba dándose golpes de pecho

à Los magistrados:  hacían muecas diciendo:  «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»                                   

à Los soldados:  se burlaban de él y, acercándose
                             le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»

à Un malhechor:     le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»

à Otro malhechor: le respondió diciendo: «¿Es que no temes  a Dios, tú que sufres la misma   condena?
                                    Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»

à El oficial: glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»

à Todos sus conocidos y las mujeres: estaban a distancia presenciando todo esto.

 Tu muerte, Jesús, no deja a nadie indiferente. Todos tenemos algo que decir, que opinar, que hacer ante tu cuerpo maltrecho, colgado de un madero.
A veces soy como el pueblo, que te miro como un espectáculo sobrecogedor, pero que no tomo partido ni me atrevo a levantar la voz por miedo a la “autoridad”. Y me siento culpable aunque lo arreglo con unos cuantos golpes de pecho.

También actúo como los magistrados, sobre todo cuando la responsabilidad me sobrepasa. Entonces pienso que tú tienes el poder y que debes intervenir para suplir mi falta de compromiso. “Si a otros has salvado, hazlo ahora también”.

Como los soldados, hay ocasiones en que te muestro mi incredulidad. Cuando, por ejemplo, pienso que no actúas suficientemente rápido, o en la línea que a mí me gustaría. He estado convencido muchas veces que tu poder no es efectivo, no es como el que yo necesitaba para arreglar las situaciones. En el fondo, he desconfiado del poder del Amor.

Merezco estar en la cruz, como los malhechores, porque ha habido tantas actitudes con relación a los demás que deben desaparecer de mi vida… A nadie condenan a la cárcel –mucho meno a muerte- por ser indiferente al dolor ajeno, por ser intolerante, por negar la palabra al hermano, por murmurar, por desear lo malo para otros, por pensar mal de las personas, por desearles fracasos… Por todo eso merezco la cruz…

Pero como el “buen ladrón”, confío en que te apiades de mí y me acojas en tu Reino. Quiero confesar tu nombre, tu misión y tu destino salvador. No quiero quedarme a lo lejos, presenciando tu muerte horrorosa.

Jesús, quiero acoger tu palabra. Sentir tu perdón porque “no sé lo que hago”, recibir el consuelo de tu promesa “hoy estarás conmigo en el paraíso” y mientras se acerca esa hora definitiva, encomendar mi espíritu en las manos del Padre. Necesito, Jesús, tu fortaleza para no desaparecer a la hora de la exigencia, a la hora del sufrimiento y, si es tu voluntad, a la hora de la muerte.

domingo, 25 de marzo de 2012

Llamó a los que él quiso


Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó. (Mc 1,16-20.3,13-19)

à Vio a Simón y Andrés… a Santiago y a Juan
Y a tantos otros a lo largo de la historia. Pero creo que esa mirada suponía ya un cierto conocimiento. Creo que antes de llamar a tus discípulos, te informarías en el pueblo sobre quiénes estaban dispuestos a dejarlo todo por unirse a tu causa de salvación. Y después, entre tantos discípulos, elegiste a los doce, con sus nombres y apellidos.
No fue una llamada al azar. Elegiste a quienes respondían a un perfil de compromiso y de anhelo por una realidad distinta.

No sé qué verías en mí, Jesús. Recibí tu llamada y creo que no hay una respuesta mía de una vez para siempre. De niño, no sabía ni adónde iba. Pero al ir creciendo, fui respondiendo a tu mirada. No sé hasta dónde era una respuesta consciente. Más bien me dejé llevar por una cierta inercia hasta verme en la obligación de tomar decisiones que fueron concretando mi seguimiento. Creo que no me equivoqué. Has llenado mi vida en tantas ocasiones!! Y me he sentido tan feliz, a pesar de las limitaciones, en la realización de la misión encomendada…!! Hasta llegué a pensar que tanta alegría sólo era causa de estar donde debía estar. No me arrepiento de haber ido al seminario a las 11 años.

à Les dijo: Vengan… los haré pescadores à Al instante, los llamó

Nos llamaste para algo concreto, pensando en la situación de la gente. Te confieso que, al principio yo pensé más en mí mismo. En lo que iba a hacer, en lo que quería ser, en la “categoría” especial de cristiano en la que iba a estar… Me comporté como un auténtico cura, que piensa más en su realidad con relación a los demás, que en la realidad de los demás. Y así, caminando a veces unido a ti, a veces pensando en mí, fui descubriendo que el seguimiento no es un paseo, sino un trabajo atento al prójimo. Que no importa tanto si me reciben bien o mal, si estoy o no a gusto, sino que lo importante es realizar tu misión, aquel trabajo de mostrar cómo debemos vivir los hijos de Dios, cuál debe ser la característica de tu familia, dónde debo acudir con urgencia, a quiénes debo prestar la máxima atención… Me enseñaste a ir pescando hombres, sobre la marcha…

à Llamó a los que él quiso

Me gusta pensar que ese “quiso” significa “amó”. Y ahí me desarmas totalmente. Si has llamado a los que amaste, no tengo más remedio que responder a tu llamado, porque ser amado es lo más grande, lo que me realiza como persona. Te agradezco Jesús que me hayas querido y por eso me hayas llamado.

à Para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar

En este asunto, he cumplido a medias. Me he preocupado más de lo segundo y quizá no ha sido tan efectivo porque me ha faltado más de lo primero. Estar contigo, permanecer contigo, siempre me ha parecido importante, pero difícil de realizar. Quiero hacer un compromiso de permanecer contigo… Me resuenan ahora tus palabras: el que no permanece en mi amor, se seca… Y algo así me ha podido pasar, Jesús. Los frutos en el árbol no duran para siempre. A la larga, si no se cuida, si no recibe la savia nueva de cada primavera, ese árbol se seca. Yo he vivido de rentas, he dado frutos de primeros años, pero en el fondo, he ido perdiendo la vida nueva que tú me regalas cada día.
Sólo una petición: Señor, si quieres, si me quieres, puedes llamarme otra vez. Estaré atento a tu mirada y dejaré todo para seguirte. Permaneceré contigo y realizaré el trabajo que desde la confianza mutua, tú me encomiendes.

domingo, 18 de marzo de 2012

Paciencia, paciencia... (Marcos 4,26-34)


También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo...
 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» 

à Todos tenemos una cierta impaciencia. El reino que anunciaste, Jesús, está presente según tu palabra. Pero a todos nos gusta ver los frutos de nuestro esfuerzo. A mí también. Pero nos explicaste con parábolas que ese esfuerzo nuestro es inútil si no hay una fuerza mayor –tu Espíritu- que le haga fructificar. O sea, el reino es cosa de dos: el esfuerzo humano y la presencia viva de tu Espíritu.

Sé de sobra, que el Reino que inauguraste se manifiesta de muchas maneras. Pero yo preferiría ver las consecuencias de mi trabajo. Sigo empeñado en que soy mejor que algunos otros que sólo aparentan. Me falta la humildad de reconocer que, tras ese esfuerzo mío, está el empuje de tu Palabra, la fortaleza de tu Espíritu. Y no lo digo por decir: hay tantos momentos a lo largo de mi vida en que se ha hecho patente esa realidad que sobrepasa mi capacidad humana!
Te pediría, Jesús, que tengas conmigo la paciencia que yo no tengo contigo. Dame tiempo para descubrirme a tu lado, como un niño ayuda a su padre a empujar un enorme bulto. Ambos trabajan, pero no hay comparación entre la fortaleza del uno y del otro. Que me sienta satisfecho por estar contigo y por aportar para que se haga evidente tu Reino.

à Nos queda la esperanza de que se cumpla tu promesa. Con la parábola del grano de mostaza, Jesús nos muestras que el Reino de Dios se desarrollará de tal manera que nadie podrá ignorarlo.

Dame, Jesús, una confianza ciega en tu palabra. Que nunca me canse de llevar adelante y practicar los valores de tu Reino. Que sepa también hacerlos visibles a tantas personas hambrientas de un mundo más justo y fraterno. Y que nunca dude de que es voluntad del Padre que todos vivamos, en ese Reino, la fraternidad universal, la familia redimida de los hijos e hijas de Dios. 

domingo, 11 de marzo de 2012

No he venido a llamar justos


Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos  y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» (Mc 2,13-17)

à Vio a Leví… y le dice: “Sígueme”
Saliste, Jesús, en busca de compañeros para tu misión. Y te paraste delante de Leví, el publicano, aquél con quien nadie quería trato alguno, por traidor a la patria. Y te pareció que podía ser bueno para sembrar contigo la simiente de otra patria distinta. Quizá necesitabas un administrador. Y lo llamaste.
No sé si llegaste a pensar lo que dirían los demás, pero estoy seguro de que por tu mente no pasó ninguna discriminación, sino que creíste hacer lo más conveniente para llevar adelante tus objetivos.

Tampoco sé lo que viste en mí. Seguramente pensaste en que podría serte útil en alguno de tus recados. Casi sin pretenderlo, me fui detrás, como por inercia y aunque reconozco que me has cuidado con mimo, no me siento orgulloso de mi seguimiento. He trabajado con interés, con ilusión, con esfuerzo… pero creo que no he dejado las pretensiones propias, seguir mi plan de vida disimulándolo con el tuyo, buscar por otros caminos…

à Eran muchos los que le seguían
Marcos habla de pecadores y publicanos. Te seguían. Supongo que algo verían en ti. Uno supone que el pecador, no debe tener trato con “lo religioso”. Pero estoy equivocado. Quizá tenga más trato con esa realidad que le trasciende y a la que acude buscando respuestas a su incómoda situación de persona infeliz. El pecador ha desviado su camino, seguramente pensando encontrar antes lo que todos anhelamos: una felicidad plena, sin altibajos, que merezca la pena vivirse. Cuando pecamos, no lo hacemos buscando el mal, sino el bien.
Y tú te sentaste a la mesa con ellos. Es una forma de compartir “el pecado” – otra lo fue tu propia encarnación- pero con la intención de redimirlo, de dejarte tocar sin miedo a quedar impuro, por quienes eran esquivados por los religiosos de turno.

Me siento pecador, Jesús, soy pecador. Me he dejado llevar por esa ansia de felicidad que nos impulsa a todos los humanos. Y, en muchas ocasiones, he equivocado el camino, o lo he preferido por ser más fácil, más rápido, más al alcance de la mano.
Al seguirte tengo que aceptar que lo primero no es mi felicidad, sino la de los otros. Que mis problemas y mis preocupaciones van detrás, que mi vida adquiere valor si, como tú, la entrego.
A  pesar de ese pecado, me invitas a tu mesa cada día, me ofreces tu amistad y compartes conmigo tu pan y tu vino, tu cuerpo y tu sangre. No te importa juntarte conmigo a pesar de que otros crean que no soy merecedor de tu atención. Y al murmurar de mí, seguro que no han caído en la cuenta de que también han murmurado de ti.

à No he venido a llamar justos, sino pecadores
Los que son vistos como pecadores por los “justos” de cada época. Esos pecadores lo eran según las leyes de aquella época. Ahora también hay pecadores “oficiales” como existen justos “oficiales”. Y tú, inequívocamente, te alineas con los pecadores.

Confío en tu misericordia. Soy pecador porque he traicionado tu amistad. Pero no lo soy porque haya trasgredido unas leyes o unas normas obsoletas que todavía funcionan en la mente de muchos “justos”. Me siento mal porque no he querido ser más radical en tu seguimiento, porque no he vivido mi compromiso contigo al 100%, porque he desaprovechado muchísimas ocasiones de acogerte en el hermano, porque he hablado de ti sin sentir que lo hacía de alguien que me ama y al que debería amar de igual forma. Mi pecado es un pecado de ingratitud contigo y por él te pido humildemente perdón.
También por las veces que sintiéndome “justo” (no robo, no mato…) me he atrevido a juzgar al hermano. Siento en el corazón que te he juzgado a ti también. Y te pido perdón.

domingo, 4 de marzo de 2012

.. el amor: 1Corintios 13,1-13

...el amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca. 



à Dios es Amor. Y el amor se expresa en una serie de actitudes que nos dan una “imagen” de Dios, expresada a través de Jesús, quien realizó este amor en forma concreta, encarnada.

à Un amor, que según Pablo, está por encima de cualquier otra palabra u obra del ser humano. Es más, el amor da sentido al decir y al actuar de la persona y, por tanto, del cristiano.

Señor, concédeme el don del amor. Hazme como él:
Paciente: con esperanza, a la escucha, lleno de paz, abierto al hermano, comprensivo…
Servicial: atento al prójimo, colaborador, primero los otros…
No es envidioso: valorar al otro, agradecer los dones ajenos, agradecer los dones propios…
No es jactancioso: tener a los demás como superiores
No se engríe: reconocer que todo lo que soy y tengo es puro don de Dios
Es decoroso: no llamar la atención; no ponerme como centro de interés, no escandalizar
No busca su interés: que siempre busque el bienestar del hermano
No se irrita: que mi vida transmita paz, agradecimiento, tranquilidad de conciencia
No toma en cuenta el mal: que no sea vengativo, que perdone como soy perdonado
No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad: que siempre  promueva y diga la verdad
Todo lo excusa: Señor, que reconozca que somos humanos y como Tú nos das la oportunidad de cambiar, así también yo la dé a los demás.
Todo lo cree: Que actúe de  buena fe y crea  en la buena fe de las personas.
Todo lo espera: Sobre todo el cambio, las relaciones vivificadoras, la vida plena
Todo lo soporta: Mi lucha por el Reino (en la lucha de Jesús), las consecuencias de vivir amorosamente entregado.
EL AMOR NO PASA NUNCA.


domingo, 26 de febrero de 2012

Tentaciones: Mateo 5,1-16


Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»...
Entonces Jesús le respondió: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.» Entonces el diablo lo deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

Jesús, viviste un mesianismo duro, con la prueba desde el inicio de tu misión hasta la cruz final.

Ser el Mesías de Dios no fue un privilegio para ti, en el sentido humano, sino un compromiso radical con la humanidad. Un compromiso a muerte. Y tuviste que soportar mil tentaciones que expresaban quizá la única tentación: hacer otra cosa, o sea, no hacer la voluntad del Padre.

Al leer el Evangelio, vemos tu vida “marcada” por un destino final. Y presuponemos que, en tu aceptación de la voluntad del Padre, no tuviste mayores problemas. Pero el Espíritu te llevó al desierto, a enfrentarte contigo mismo y con tus legítimos deseos de vivir tu vida, o de ser un Mesías a tu gusto, o de provocar el milagro fácil que te allanara el camino…

Al decirte estas cosas, Jesús, me voy retratando. No porque pretenda ser un Mesías, sino porque reproduzco en mi vida esas tentaciones de lo fácil, lo placentero, lo exitoso, lo cómodo… Y eso NO es hacer la voluntad del Padre. Hay que superar el hambre –lógico después de cuarenta días- y alimentarse de la Palabra. “El que coma de ese pan, no tendrá más hambre”.

En Getsemaní tuviste la tentación de claudicar al final y le pediste al Padre que pasara de ti aquella hora. Pero la venciste: que se haga tu voluntad. Quiero unirme a tu oración del huerto. Soy un cobarde y me asusta el sufrimiento, el propio y el ajeno, que también debo hacerlo mío. Por eso, también quiero expresar mi angustia y pedirte con todo el temblor de mi alma, que también yo pueda hacer la voluntad del Padre. Y, aunque sea de buen ladrón, permíteme acompañarte en la cruz.
Suenan bien estas palabras, pero no quiero que sean pura retórica. Tú sabes, Jesús, que lo digo desde el corazón, pero muerto de miedo. Confío en tu apoyo. También tú necesitaste un ángel que te consolara.

Quiero Señor adorarte siempre, y darte el culto que te mereces: luchar por un mundo más a tu estilo, por una sociedad de hermanos, por una creación rejuvenecida… Dame sensibilidad para descubrir dónde está tu presencia y adorarte sólo a Ti.

domingo, 19 de febrero de 2012

Descubrir la vocación


Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?»
Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó.
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,13-17)

à Vienes de Galilea al Jordán, para que Juan te bautice. Quieres ponerte al servicio del reino que anuncia ya cercano. Seguro que Nazaret se te quedaba pequeño. O, lo más seguro, te diste cuenta de que ser carpintero no era ocuparte de “las cosas de tu Padre”.
                                         
à Aunque Juan se considera indigno, cede a tu deseo de ser uno más entre tantos que desean que las cosas cambien. Y te bautiza y quedas enrolado en el plan de Dios.

à Y Dios certifica con la presencia del Espíritu, el gesto que acabas de realizar y proclama que, este gesto, te identifica como su Hijo amado, el predilecto.

à Imagen: Los cielos se abren, desciende el Espíritu, se oye una voz, Juan –testigo- te bautiza, la muchedumbre –testigo- de tu bautismo.
  • Quiero, Jesús, salir de mi Nazaret conocido, de la seguridad de lo familiar que no me va dar muchos sobresaltos. Quiero dejar los trabajos, necesarios sí, pero que pueden hacer otros que no tienen que ocuparse de las cosas del Padre. Quiero ponerme al servicio de tu Reino de justicia, amor y paz.
  • Quiero ser uno más entre tantos bautizados que, desde el lugar que tú me has elegido, colabore  a que las cosas cambien. Quiero enrolarme en tu plan, Jesús y seguirte con fidelidad.
  • En Ti, yo también soy hijo amado, predilecto del Padre. Y que todo lo que haga en mi vida, todos mis trabajos, mis gestos, tienen que dejar la huella del Espíritu que los anima. Soy hijo cuando respondo a las expectativas de mi Padre Dios.
  • Quiero sentir tu brazo sobre mi hombro, en un caminar juntos hacia ese Reino definitivo, escuchando tu voz que me pregunta ¿dónde te has perdido? Y  no esperas respuesta, sino que me recibes cordialmente de vuelta al Camino.

domingo, 12 de febrero de 2012

Sigamos adelante (Filipenses 3,7-16)


Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo... y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo.
... Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús... Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante. 

à Cuando Jesús entra por la fuerza en la vida de Pablo, le hace perder todo, y Pablo en adelante considerará como peso muerto todo aquello de lo que se enorgullecía.
¿De qué estoy orgulloso?
¿Qué “basuras” me resisto a perder?

à Olvidando sus méritos, olvidando lo que ya sabía de Dios, y haciéndose disponible para nuevas experiencias.
¿A qué Cristo conozco? ¿Al de los libros? ¿Al de las charlas pastorales?
¿De qué Cristo hablo?

à Quiero conocerlo. Pues lo más grande no es hacer milagros ni hablar lenguas, sino conocer al que vive.

à Quiero conocer la fuerza de su resurrección. Todos quisiéramos sentir la presencia de Dios y, de alguna manera verlo, pero sólo compartiendo los sufrimientos de Cristo experimentaremos su poder. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Los pequeñitos (Lucas 10,21-24)


En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.»

à ¿Qué son estas cosas  que Dios ha revelado a los pequeñitos, sino la fuerza misteriosa del Evangelio para transformar a los hombres y llevarlos a la verdad? Los apóstoles se maravillan del poder que irradia del Nombre de Jesús.

à Los sabios y entendidos creen saber, pero no saben lo más importante. Pues el Dios del que hablan no es sino una sombra del Dios verdadero hasta que no lo reconozcan en la persona de Jesús.

à Los pequeños en cambio, han entrado en estas realidades, se sacrifican por sus hijos o son sacrificados por el poder, que les promete felicidad para los que vengan después. Pero ahora, los pequeñitos o sea, los creyentes humildes, ya lo tienen todo si tienen a Jesús, porque todo le ha sido entregado por el Padre.  

à El pequeño vive su fe en cosas modestas, y sabe que nada de sus sacrificios se perderá. Porque Jesús nos da a conocer al Padre y, conociéndolo según la verdad, también compartimos con él su dominio sobre los acontecimientos.

à Evangelizar no es hacer propaganda del Evangelio, sino demostrar la fuerza que tiene para sanar a los hombres de sus demonios. Y para eso no necesitamos caer en el activismo. Debemos dar gracias al Padre que nos capacitó para ver, oír y para transmitir su salvación.   ¡Felices los ojos...!

lunes, 30 de enero de 2012

El niño ¿perdido? (Lc 2,41-52)

Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, el niño Jesús se quedó en Jerusalén... Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros.
Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre? 

à Jesús se quedó en Jerusalén
Para realizar la misión del Padre tiene que superar la dependencia en carne y sangre que tenía con María y José. Jesús ha crecido y debe crear su propia personalidad en libertad. Una libertad que crea en él una actitud nueva con relación al Padre que le da una experiencia de unión incondicional a Él.

à Se volvieron en su busca
Perder al hijo… para entregarlo a Dios. El dolor de lo desconocido y el dolor de aceptar que ya ha crecido y no necesita de ellos. María y José pasaron, como todos los padres, por el trago amargo de ver que los hijos se independizan… Aceptar que llamen Padre a Dios y respondan a su voluntad.
Buscar a Jesús, metido en las cosas del Padre, comprometido con la tarea de amar a todos como el Padre ama.

à Ellos no comprendieron
Todo lo de Dios nos queda grande. Tratar de comprenderlo desborda nuestra inteligencia. Qué podemos decir de su Amor, de su modo de ser Justo, de su Perdón, de su Paciencia, de su Fidelidad… Son palabras nuestras que en modo alguno definen la totalidad de lo que en Dios se manifiesta. María y José no comprendieron. Como nosotros.

à Por eso su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

domingo, 22 de enero de 2012

El Padre mismo los ama (Juan 16,25-33)


Se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que con toda claridad les hablaré acerca del Padre... pues el Padre mismo los quiere, porque me quieren a mí y creen que salí de Dios...
Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.

à El Padre mismo los quiere
Jesús, esta afirmación me llena de paz. El Padre me quiere. Algo ya sabido, meditado, estudiado… quizá también percibido pero desde la lejanía que responde al respeto por alguien a quien se conoce, pero con quien no hay demasiado trato.
El Padre y yo somos uno, nos dices Jesús. Pero siempre el Padre se me presenta medio escondido detrás de tu presencia. Hoy he descubierto que el Padre me ama, que toda la historia está llena de ese amor. He descubierto que soy hijo porque él me ha engendrado. Que no soy un añadido a esa familia trinitaria, sino que formo parte de ella, por eso acepto íntimamente que el Padre me quiere.

à Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí.
Gracias Jesús por darnos tu paz. Tú no sales perdiendo por nuestra indiferencia o cobardía. Incluso quieres que no perdamos la paz al sentirnos culpables de nuestra infidelidad a la palabra que un día te dimos. Te sientes arropado por tu Padre y sabes que has cumplido su voluntad. No quieres hacernos responsables de tu aparente fracaso, porque en el fondo fue el camino que el Padre dejó que recorrieras para expresarnos su amor. Al darnos la paz, nos confirmas una vez más tu apuesta por nosotros y el cariño del Padre hacia sus hijos e hijas a pesar de no merecerlo por nuestras actitudes.

domingo, 15 de enero de 2012

Señor, enséñanos a orar (Lucas 11,1-13)


à Señor, enséñanos a orar
Jesús, al enseñarnos a orar nos quisiste transmitir tu experiencia de Dios como Padre. Y no nos hablaste de dirigirnos a él “como si” fuera también nuestro Padre. Directamente nos enseñaste “digan, Padre nuestro”.                    
Es hermoso orar: entablar y profundizar un diálogo entre el padre y el hijo, en un mismo espíritu de unidad y de sintonía. Es fácil orar con el lenguaje de los hijos, que se dirigen a su padre, movidos por un espíritu de amor, de caridad, de servicio, de encuentro con los hermanos. Tiene que ser el momento más apetecido del día, cuando, en unidad de corazones, el padre y el hijo se cuentan sus cosas.
Dame, Señor, esa actitud. Permíteme comentar mis cosas contigo. Ayúdame a escucharte, a recibir tus consejos, a saborear tu experiencia de siglos… Te doy gracias porque me siento de verdad amado por ti, inmensamente agradecido por ser hijo tuyo y dispuesto a cumplir tu voluntad sobre mi vida.

à Digan: Padre
Me ha impactado descubrir que no eres un padre adoptivo, que todos nosotros, todos los seres humanos somos tu único hijo, en el Hijo Jesús. Me emociona saber que no eres un padre por obligación, sino por amor hacia nosotros. Y me enorgullezco de ti, Padre, porque no hay otro tan grande, tan bueno, tan amante de sus hijos como tú.
Siento en mi corazón la gratitud de quien se reconoce amado y amparado por ti, Padre. También la confianza de quien puede dirigirse a su Padre para presentarle su vida llena de claroscuros. Y sobre todo la emoción de saberme amado por ti, creador y dueño de todo, que todo lo mantienes con la fuerza de su amor. Gracias Padre por hacerme tu hijo predilecto, tu hijo amado.

à Pidan y se les dará
Estoy convencido de que me das lo necesario aun antes de que te lo pida. Pero también el padre o la madre quieren que su hijo les pida, aunque ellos le hayan provisto de lo suficiente. Me voy a convertir en un pedigüeño, porque reconozco tu debilidad por tus hijos, y que les concedes todo.
Hoy quiero pedirte por mis padres, por mi familia, por mi comunidad, por los amigos y  amigas de toda la vida, por las personas que has dispuesto se encontraran conmigo en mi caminar, por aquellos a quienes no supe dar buen ejemplo –suple, Padre, mis deficiencias con la luz de tu Espíritu- , por quienes me aman y los que no me aman tanto, por quienes amo y por los que no amo tanto… Pido para ellos tu bendición y tu amor de Padre. Ya sé que lo tienen antes de que yo te lo pida, pero así me siento unido a tu gracia derramada sobre todos ellos.

à El Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan
Es el mejor regalo que nos puedes hacer. El fruto del amor entre nosotros. El que nos acompaña desde dentro, ejercitando en nosotros los dones que nos has dado. Es la vida de Dios que nos inunda, nos configura, nos da un modo de ser, hijos en el Hijo, amados por el Padre, unidos entre nosotros.