lunes, 30 de enero de 2012

El niño ¿perdido? (Lc 2,41-52)

Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, el niño Jesús se quedó en Jerusalén... Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros.
Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre? 

à Jesús se quedó en Jerusalén
Para realizar la misión del Padre tiene que superar la dependencia en carne y sangre que tenía con María y José. Jesús ha crecido y debe crear su propia personalidad en libertad. Una libertad que crea en él una actitud nueva con relación al Padre que le da una experiencia de unión incondicional a Él.

à Se volvieron en su busca
Perder al hijo… para entregarlo a Dios. El dolor de lo desconocido y el dolor de aceptar que ya ha crecido y no necesita de ellos. María y José pasaron, como todos los padres, por el trago amargo de ver que los hijos se independizan… Aceptar que llamen Padre a Dios y respondan a su voluntad.
Buscar a Jesús, metido en las cosas del Padre, comprometido con la tarea de amar a todos como el Padre ama.

à Ellos no comprendieron
Todo lo de Dios nos queda grande. Tratar de comprenderlo desborda nuestra inteligencia. Qué podemos decir de su Amor, de su modo de ser Justo, de su Perdón, de su Paciencia, de su Fidelidad… Son palabras nuestras que en modo alguno definen la totalidad de lo que en Dios se manifiesta. María y José no comprendieron. Como nosotros.

à Por eso su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

domingo, 22 de enero de 2012

El Padre mismo los ama (Juan 16,25-33)


Se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que con toda claridad les hablaré acerca del Padre... pues el Padre mismo los quiere, porque me quieren a mí y creen que salí de Dios...
Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.

à El Padre mismo los quiere
Jesús, esta afirmación me llena de paz. El Padre me quiere. Algo ya sabido, meditado, estudiado… quizá también percibido pero desde la lejanía que responde al respeto por alguien a quien se conoce, pero con quien no hay demasiado trato.
El Padre y yo somos uno, nos dices Jesús. Pero siempre el Padre se me presenta medio escondido detrás de tu presencia. Hoy he descubierto que el Padre me ama, que toda la historia está llena de ese amor. He descubierto que soy hijo porque él me ha engendrado. Que no soy un añadido a esa familia trinitaria, sino que formo parte de ella, por eso acepto íntimamente que el Padre me quiere.

à Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí.
Gracias Jesús por darnos tu paz. Tú no sales perdiendo por nuestra indiferencia o cobardía. Incluso quieres que no perdamos la paz al sentirnos culpables de nuestra infidelidad a la palabra que un día te dimos. Te sientes arropado por tu Padre y sabes que has cumplido su voluntad. No quieres hacernos responsables de tu aparente fracaso, porque en el fondo fue el camino que el Padre dejó que recorrieras para expresarnos su amor. Al darnos la paz, nos confirmas una vez más tu apuesta por nosotros y el cariño del Padre hacia sus hijos e hijas a pesar de no merecerlo por nuestras actitudes.

domingo, 15 de enero de 2012

Señor, enséñanos a orar (Lucas 11,1-13)


à Señor, enséñanos a orar
Jesús, al enseñarnos a orar nos quisiste transmitir tu experiencia de Dios como Padre. Y no nos hablaste de dirigirnos a él “como si” fuera también nuestro Padre. Directamente nos enseñaste “digan, Padre nuestro”.                    
Es hermoso orar: entablar y profundizar un diálogo entre el padre y el hijo, en un mismo espíritu de unidad y de sintonía. Es fácil orar con el lenguaje de los hijos, que se dirigen a su padre, movidos por un espíritu de amor, de caridad, de servicio, de encuentro con los hermanos. Tiene que ser el momento más apetecido del día, cuando, en unidad de corazones, el padre y el hijo se cuentan sus cosas.
Dame, Señor, esa actitud. Permíteme comentar mis cosas contigo. Ayúdame a escucharte, a recibir tus consejos, a saborear tu experiencia de siglos… Te doy gracias porque me siento de verdad amado por ti, inmensamente agradecido por ser hijo tuyo y dispuesto a cumplir tu voluntad sobre mi vida.

à Digan: Padre
Me ha impactado descubrir que no eres un padre adoptivo, que todos nosotros, todos los seres humanos somos tu único hijo, en el Hijo Jesús. Me emociona saber que no eres un padre por obligación, sino por amor hacia nosotros. Y me enorgullezco de ti, Padre, porque no hay otro tan grande, tan bueno, tan amante de sus hijos como tú.
Siento en mi corazón la gratitud de quien se reconoce amado y amparado por ti, Padre. También la confianza de quien puede dirigirse a su Padre para presentarle su vida llena de claroscuros. Y sobre todo la emoción de saberme amado por ti, creador y dueño de todo, que todo lo mantienes con la fuerza de su amor. Gracias Padre por hacerme tu hijo predilecto, tu hijo amado.

à Pidan y se les dará
Estoy convencido de que me das lo necesario aun antes de que te lo pida. Pero también el padre o la madre quieren que su hijo les pida, aunque ellos le hayan provisto de lo suficiente. Me voy a convertir en un pedigüeño, porque reconozco tu debilidad por tus hijos, y que les concedes todo.
Hoy quiero pedirte por mis padres, por mi familia, por mi comunidad, por los amigos y  amigas de toda la vida, por las personas que has dispuesto se encontraran conmigo en mi caminar, por aquellos a quienes no supe dar buen ejemplo –suple, Padre, mis deficiencias con la luz de tu Espíritu- , por quienes me aman y los que no me aman tanto, por quienes amo y por los que no amo tanto… Pido para ellos tu bendición y tu amor de Padre. Ya sé que lo tienen antes de que yo te lo pida, pero así me siento unido a tu gracia derramada sobre todos ellos.

à El Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan
Es el mejor regalo que nos puedes hacer. El fruto del amor entre nosotros. El que nos acompaña desde dentro, ejercitando en nosotros los dones que nos has dado. Es la vida de Dios que nos inunda, nos configura, nos da un modo de ser, hijos en el Hijo, amados por el Padre, unidos entre nosotros.

domingo, 8 de enero de 2012

Yo te elegí y no te he rechazado (Isaías 41,8-20)


à Yo, el Señor tu Dios,  te he tomado de la mano;  yo te he dicho: 'No tengas miedo,  yo te ayudo.'
Repites con insistencia “yo te ayudo”. Recuerdo que en multitud de ocasiones mi oración ha comenzado con un “ayúdame”. Ahora veo que me ha faltado algo importante: dejarme tomar de la mano. Ha sido un “ayúdame” desde lejos, sin intentar variar mi vida, sin estar unido a ti de la mano. El que va de la mano no cae si tropieza, se siente seguro, es un gesto entre padre-madre y el hijo. Es también expresión de amor, de protección, de seguridad en sí mismo, de cercanía… Pero el hijo sigue el camino del Padre, sus indicaciones, nota el apretón o la firmeza con que es agarrado. Me gusta, Señor, este gesto tuyo de tomarme de la mano. Sólo deseo dejarme conducir por ti, sin miedo, porque tú me ayudas. Gracias Abbá.

à Por pequeño y débil que seas,  no tengas miedo; yo te ayudo.
El hijo se siente fuerte con su Padre. Enfrenta incluso a los que son más grandes que él y emprende tareas que no se atrevería a hacer solo. Qué reconfortante es sentirme a tu lado, afrontando los trabajos, aconsejando a los que dudan, orientando a los jóvenes, reconciliando matrimonios, mediando en conflictos… Claro, mi fortaleza viene de tu apoyo constante, de estar al quite de cualquier situación. Contigo a mi lado, no puedo tener miedo, me atrevo a cualquier cosa… Gracias por tu presencia alentadora.

à Haré brotar ríos en los cerros desiertos  y manantiales en medio de los valles;  convertiré el desierto en ciénagas,  haré brotar arroyos en la tierra seca. Eres capaz de todo, Señor, sobre todo cuando te pones a crear felicidad. Del desierto de mi corazón harás brotar ríos de entusiasmo y generosidad. Creo, Señor, en tu poder vivificador que convierte mi vida árida en manantial fecundo para servir mejor a mis hermanos. 
Te lo pido de corazón, Padre amado, porque tu amor sin límites también me alcanza.