lunes, 7 de mayo de 2012

La mano en el arado (Lucas 9,57-62)


Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

à Vemos a Jesús en actitud muy exigente con ese que lo quiere seguir; no puede perder el tiempo en la formación de personas que no están dispuestas a sacrificarlo todo por el Evangelio.
  
 Siempre has sido claro, Jesús. El que quiera seguirte sabrá a qué atenerse, pues tu vida es una vida en completo servicio a la causa del Reino. Lo recordaste en las parábolas del que quiere construir una casa, o guerrear contra el enemigo. Primero hay que calcular las probabilidades de éxito, y luego tomar una determinación.
Tú eres de los que avisan: no tengo donde reclinar la cabeza. Si quieres seguirme, sabes a lo que te expones.

à Para Jesús no se puede ser su discípulo ni entrar en el Reino sin tener una experiencia de libertad.   Deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.
Esto podría significar tal vez que debía enterrar a su padre difunto. Pero lo más probable es que quería ocuparse de su padre, ya anciano, hasta el momento en que lo fuera a enterrar (Tob 6,15).

Esta petición, de lo más lógica, que te hizo aquel a quien invitaste a seguirte, también la repetimos con frecuencia. En muchas ocasiones ocasiones hemos pospuesto tu seguimiento a “obligaciones” ineludibles. Incluso en el mismo apostolado… El “permanezcan en mi amor” no siempre lo he mos tenido como obligación primera. Hemos ido a enterrar –o a desenterrar- muchos muertos que han ocupado nuestro tiempo y nuestras energías.

à El otro que lo quiere seguir, posiblemente esperaba en su interior que, en el momento de despedirse, la gente de su casa le suplicaría que no hiciera tal locura. Así se quedaría en buenas intenciones... yo quisiera, pero...   

En estos momentos tenemos la oportunidad de escuchar tu llamada y ninguna excusa para no seguirla. Debemos superar situaciones pasadas, momentos de añoranza, momentos de dolor y de pecado, y abrirnos a la posibilidad que nos muestres de servir al prójimo donde tu deseas. Y que nuestro seguimiento sea efectivo, consciente, asumido, allá donde tu voluntad disponga. 

lunes, 30 de abril de 2012

Tú eres el Cristo (Marcos 8,27-38)


Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» ...Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días...
Y reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:  Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.»

à Tú eres el Cristo
Pedro sabía quien eras, “el Ungido”. Pero no tenía claro para qué te había ungido el Padre. Y no le gustó que le hablaras de sufrimiento.

Es la gran tarea pendiente de quienes nos decimos tus seguidores. Sabemos quién eres, pero actuamos como si no supiéramos a qué nos compromete tu seguimiento. Hemos hecho del sufrimiento una excusa para montar ONGs que piensan que todo se arregla con dinero. Y nos creemos “seguidores” –del que no tenía donde reclinar la cabeza- cuando aliviamos con dinero el sufrimiento –este sí es verdadero- de los más desfavorecidos. Somos administradores del sufrimiento ajeno.
Jesús, no me dejes caer en la tentación de constatar el sufrimiento ajeno sin compadecerme. Hazme misericordioso como tú.

à Tus pensamientos no son los de Dios
Por eso hay que estar a la escucha de las cosas de Dios.  El no piensa como nosotros. Tiene para el mundo otras soluciones, otras respuestas que ni soñamos. Sus planteamientos van más allá de las soluciones económicas, políticas, sociales…

No pretendo conocer tus pensamientos. Pero rastreando tu palabra, Jesús, puedo encontrar qué pensabas sobre el dinero, sobre el trabajo humano, sobre las relaciones entre jefes y súbditos, sobre el matrimonio, sobre el que se entrega al Reino… Son pensamientos de Dios que tengo que repasar una y mil veces, hasta que se graben en el corazón y me transformen en nueva criatura, que actúe a la manera de Dios.

à Quien se avergüence de mí y de mis palabras…
Me avergüenzo de mí, por no ser capaz de dar testimonio de ti y de tus palabras… Es fácil hacerlo en la iglesia, ante los fieles, y más ante los fieles partidarios incondicionales. Pero también puedo avergonzarme de que se note demasiado que soy cristiano, o de responder de manera audaz ante el hermano que me pide limosna, o ante la persona que solicita un momento de atención. Ahí, me he avergonzado de no actuar como testigo de tu Palabra.

Por eso quiero decirte que me perdones, que no tengas en cuenta mis debilidades y que me des la “caradura” necesaria para dar testimonio de ti. Sé que es fácil ponerlo por escrito, pero deseo ser amigo fiel de quien siempre ha sido fiel amigo. 

lunes, 23 de abril de 2012

Discípulos


Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día y, comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”. (Lucas 24,45-48)

Los discípulos son los testigos de la muerte de Jesús y también de su resurrección. No son un grupo de amigos alrededor de un jefe visionario que les lavó el cerebro con la promesa de un reino igualitario.

Los discípulos son personas unidas por una esperanza común, por la fidelidad a un proyecto que, a través de Jesús, descubrieron como proyecto de Dios y que consiste en la fraternidad universal. Por este proyecto, su “líder” entregó su vida toda.

 La resurrección no le ocurrió sólo a Jesús. En sus discípulos hay un resurgir de personas nuevas: han transformado sus ideales nacionalistas y excluyentes en invitación a una mesa común a la que son llamadas “todas las naciones” y pueden acercarse los que transitan por los “cruces de los caminos”.

Los cristianos nos apoyamos en este grupo de apóstoles y discípulos para no dispersar fuerzas ni dar prioridad a ideologías desintegradoras porque queremos constituir una sola familia, reunida en torno a la comida, donde nadie es excluido y donde todos sirven a todos.

Los discípulos de Jesús no son eruditos en cristología, sino sus amigos. Amigos hasta dar la vida como Él, que no pretenden transmitirnos conocimientos sino vivencias. ¡Y cuántas vivencias se despertarán en cada uno de nosotros si compartimos la mesa común!

domingo, 15 de abril de 2012

Vida Total


Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. (Texto completo:  1Cor 15,1-24)

Jesús, creo en tu resurrección. Sería un tonto si estuviera hablando con alguien del pasado, si hiciera depender mi vida de alguien que existió hace miles de años y que gracias a la iniciativa de algunos, ha perdurado su recuerdo en la historia.

Tu resurrección es la posibilidad abierta de Vida nueva para toda la creación. Y esa creación nos manifiesta la vida transformada por acción, sobre todo, del amor.

El mundo camina hacia adelante en la medida que se establecen relaciones fraternas, solidarias, amorosas. Hay esperanza en un futuro definitivo y distinto. Esa esperanza nos mueve a poner nuestro empeño en ir construyéndolo.

 Tú nos lo anunciaste, diste la vida por él, y al resucitar, nos invitas a ser partícipes de algo –Reino le llamaste tú- que ya estamos gustando en esta vida, algo que no va a ser “para los que vengan detrás”, sino la vida definitiva de todos nosotros, los hijos e hijas de Dios.

Señor Jesús, que resucitaste de entre los muertos y nos diste a todos la esperanza en una Vida Total junto al Padre:
Quiero agradecerte este don que nos haces y pedirte que esa esperanza haga que mi vida tenga un único norte: la vida renovada y definitiva que tú nos  ofreces.
 Te lo pido con fe, fundada en los testigos que compartieron contigo tu vida de resucitado. Amén.

domingo, 8 de abril de 2012

¿Por qué lloras?


Estaba María junto al sepulcro fuera llorando...  se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. (Juan 20,10-18)

à Estaba Maria junto al sepulcro, fuera, llorando.
Los discípulos volvieron a casa. Pero María se quedó llorando. Seguramente no se creía lo que acababa de ocurrir. No era posible que Jesús, su amigo, fuera todo aquello que decían de él sus enemigos.
Se quedó esperando un milagro. Eso que todos deseamos que trastoque una realidad que parece ya inmutable. Y el milagro, ocurrió.

à Mujer ¿por qué lloras?
Jesús le quisiste gastar una broma a tu amiga. ¿Qué razón tienes para llorar? ¿Lloras por mí? ¡Si estoy vivo!
Pero María no te reconoce. No en vano vienes del otro lado de la muerte. ¡Cómo debe ser un “cuerpo” resucitado! Bello, lleno de vida, inmortal, sin huellas del pasado… No te pudo reconocer.

à ¡María!... ¡Rabbuní!
Hasta que la llamaste. Porque el nombre que pronuncia el ser amado, no se oye con los oídos, sino con el corazón. Y María te respondió con el nombre cariñoso que seguramente te daba para hacerte rabiar: Maestro!! No hablaban los labios, sino el corazón.
Tú que pedirías después a Pedro un certificado triple de amor, es normal que quisieras dar la buena noticia de tu resurrección, primero, a quien más amabas.

à Vete donde mis hermanos y diles
Y le encargas a ella que sea portavoz de esta buena noticia. Sabes, Jesús, me encantaría que el discípulo amado se llamara María. Seguramente tu iglesia sería un poco más “femenina”, lloraría ante tantos muertos innecesarios, sentiría tu presencia viva en el corazón, más que en la cabeza y sería una iglesia tierna, acogedora, testigo de la vida… ¡Quién mejor que una mujer para dar testimonio de la vida!

à María fue y dijo a los discípulos
Ella cumplió tu encargo. Y seguramente puso tanto entusiasmo en ello que algunos pensarían que estaba loca, que el dolor la había trastornado. Y por eso no la tuvieron muy en cuenta. Me gusta pensar que Aquel que se entregó a la muerte por Amor, también por Amor transmitiera la Vida de resucitados a quienes lo aman.
Tu resurrección, Jesús, es otro gesto de amor, el más importante. Si la muerte hubiera sido total, ¿de qué habría servido tu sacrificio? El grano de trigo que muere, pero vuelve a la vida transformado en miles de espigas, llamadas, a su vez, a dar vida eternamente.

domingo, 1 de abril de 2012

Le crucificaron allí (Lucas 23,33-49)


Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda...

à Jesús dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
                       Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso
                       Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu                 

à El pueblo:  Estaba mirando
                       Regresaba dándose golpes de pecho

à Los magistrados:  hacían muecas diciendo:  «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»                                   

à Los soldados:  se burlaban de él y, acercándose
                             le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»

à Un malhechor:     le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»

à Otro malhechor: le respondió diciendo: «¿Es que no temes  a Dios, tú que sufres la misma   condena?
                                    Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»

à El oficial: glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»

à Todos sus conocidos y las mujeres: estaban a distancia presenciando todo esto.

 Tu muerte, Jesús, no deja a nadie indiferente. Todos tenemos algo que decir, que opinar, que hacer ante tu cuerpo maltrecho, colgado de un madero.
A veces soy como el pueblo, que te miro como un espectáculo sobrecogedor, pero que no tomo partido ni me atrevo a levantar la voz por miedo a la “autoridad”. Y me siento culpable aunque lo arreglo con unos cuantos golpes de pecho.

También actúo como los magistrados, sobre todo cuando la responsabilidad me sobrepasa. Entonces pienso que tú tienes el poder y que debes intervenir para suplir mi falta de compromiso. “Si a otros has salvado, hazlo ahora también”.

Como los soldados, hay ocasiones en que te muestro mi incredulidad. Cuando, por ejemplo, pienso que no actúas suficientemente rápido, o en la línea que a mí me gustaría. He estado convencido muchas veces que tu poder no es efectivo, no es como el que yo necesitaba para arreglar las situaciones. En el fondo, he desconfiado del poder del Amor.

Merezco estar en la cruz, como los malhechores, porque ha habido tantas actitudes con relación a los demás que deben desaparecer de mi vida… A nadie condenan a la cárcel –mucho meno a muerte- por ser indiferente al dolor ajeno, por ser intolerante, por negar la palabra al hermano, por murmurar, por desear lo malo para otros, por pensar mal de las personas, por desearles fracasos… Por todo eso merezco la cruz…

Pero como el “buen ladrón”, confío en que te apiades de mí y me acojas en tu Reino. Quiero confesar tu nombre, tu misión y tu destino salvador. No quiero quedarme a lo lejos, presenciando tu muerte horrorosa.

Jesús, quiero acoger tu palabra. Sentir tu perdón porque “no sé lo que hago”, recibir el consuelo de tu promesa “hoy estarás conmigo en el paraíso” y mientras se acerca esa hora definitiva, encomendar mi espíritu en las manos del Padre. Necesito, Jesús, tu fortaleza para no desaparecer a la hora de la exigencia, a la hora del sufrimiento y, si es tu voluntad, a la hora de la muerte.

domingo, 25 de marzo de 2012

Llamó a los que él quiso


Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó. (Mc 1,16-20.3,13-19)

à Vio a Simón y Andrés… a Santiago y a Juan
Y a tantos otros a lo largo de la historia. Pero creo que esa mirada suponía ya un cierto conocimiento. Creo que antes de llamar a tus discípulos, te informarías en el pueblo sobre quiénes estaban dispuestos a dejarlo todo por unirse a tu causa de salvación. Y después, entre tantos discípulos, elegiste a los doce, con sus nombres y apellidos.
No fue una llamada al azar. Elegiste a quienes respondían a un perfil de compromiso y de anhelo por una realidad distinta.

No sé qué verías en mí, Jesús. Recibí tu llamada y creo que no hay una respuesta mía de una vez para siempre. De niño, no sabía ni adónde iba. Pero al ir creciendo, fui respondiendo a tu mirada. No sé hasta dónde era una respuesta consciente. Más bien me dejé llevar por una cierta inercia hasta verme en la obligación de tomar decisiones que fueron concretando mi seguimiento. Creo que no me equivoqué. Has llenado mi vida en tantas ocasiones!! Y me he sentido tan feliz, a pesar de las limitaciones, en la realización de la misión encomendada…!! Hasta llegué a pensar que tanta alegría sólo era causa de estar donde debía estar. No me arrepiento de haber ido al seminario a las 11 años.

à Les dijo: Vengan… los haré pescadores à Al instante, los llamó

Nos llamaste para algo concreto, pensando en la situación de la gente. Te confieso que, al principio yo pensé más en mí mismo. En lo que iba a hacer, en lo que quería ser, en la “categoría” especial de cristiano en la que iba a estar… Me comporté como un auténtico cura, que piensa más en su realidad con relación a los demás, que en la realidad de los demás. Y así, caminando a veces unido a ti, a veces pensando en mí, fui descubriendo que el seguimiento no es un paseo, sino un trabajo atento al prójimo. Que no importa tanto si me reciben bien o mal, si estoy o no a gusto, sino que lo importante es realizar tu misión, aquel trabajo de mostrar cómo debemos vivir los hijos de Dios, cuál debe ser la característica de tu familia, dónde debo acudir con urgencia, a quiénes debo prestar la máxima atención… Me enseñaste a ir pescando hombres, sobre la marcha…

à Llamó a los que él quiso

Me gusta pensar que ese “quiso” significa “amó”. Y ahí me desarmas totalmente. Si has llamado a los que amaste, no tengo más remedio que responder a tu llamado, porque ser amado es lo más grande, lo que me realiza como persona. Te agradezco Jesús que me hayas querido y por eso me hayas llamado.

à Para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar

En este asunto, he cumplido a medias. Me he preocupado más de lo segundo y quizá no ha sido tan efectivo porque me ha faltado más de lo primero. Estar contigo, permanecer contigo, siempre me ha parecido importante, pero difícil de realizar. Quiero hacer un compromiso de permanecer contigo… Me resuenan ahora tus palabras: el que no permanece en mi amor, se seca… Y algo así me ha podido pasar, Jesús. Los frutos en el árbol no duran para siempre. A la larga, si no se cuida, si no recibe la savia nueva de cada primavera, ese árbol se seca. Yo he vivido de rentas, he dado frutos de primeros años, pero en el fondo, he ido perdiendo la vida nueva que tú me regalas cada día.
Sólo una petición: Señor, si quieres, si me quieres, puedes llamarme otra vez. Estaré atento a tu mirada y dejaré todo para seguirte. Permaneceré contigo y realizaré el trabajo que desde la confianza mutua, tú me encomiendes.