Estaba María junto al sepulcro fuera llorando... se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no
sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella,
pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has
llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.»
Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -.
Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde
mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro
Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y
que había dicho estas palabras. ( Juan 20,10-18)
à Estaba Maria junto al sepulcro, fuera, llorando.
Los discípulos volvieron a casa. Pero María se quedó llorando.
Seguramente no se creía lo que acababa de ocurrir. No era posible que Jesús, su
amigo, fuera todo aquello que decían de él sus enemigos.
Se quedó esperando un milagro. Eso que todos deseamos que trastoque
una realidad que parece ya inmutable. Y el milagro, ocurrió.
à Mujer ¿por qué lloras?
Jesús le quisiste gastar una broma a tu amiga. ¿Qué razón tienes para
llorar? ¿Lloras por mí? ¡Si estoy vivo!
Pero María no te reconoce. No en vano vienes del otro lado de la
muerte. ¡Cómo debe ser un “cuerpo” resucitado! Bello, lleno de vida, inmortal,
sin huellas del pasado… No te pudo reconocer.
à ¡María!... ¡Rabbuní!
Hasta que la llamaste. Porque el nombre que pronuncia el ser amado, no
se oye con los oídos, sino con el corazón. Y María te respondió con el nombre
cariñoso que seguramente te daba para hacerte rabiar: Maestro!! No hablaban los
labios, sino el corazón.
Tú que pedirías después a Pedro un certificado triple de amor, es
normal que quisieras dar la buena noticia de tu resurrección, primero, a quien
más amabas.
à Vete donde mis hermanos y diles
Y le encargas a ella que sea portavoz de esta buena noticia. Sabes,
Jesús, me encantaría que el discípulo amado se llamara María. Seguramente tu
iglesia sería un poco más “femenina”, lloraría ante tantos muertos
innecesarios, sentiría tu presencia viva en el corazón, más que en la cabeza y
sería una iglesia tierna, acogedora, testigo de la vida… ¡Quién mejor que una
mujer para dar testimonio de la vida!
à María fue y dijo a los discípulos
Ella cumplió tu encargo. Y seguramente puso tanto entusiasmo en ello
que algunos pensarían que estaba loca, que el dolor la había trastornado. Y por
eso no la tuvieron muy en cuenta. Me gusta pensar que Aquel que se entregó a la
muerte por Amor, también por Amor transmitiera la Vida de resucitados a quienes
lo aman.
Tu resurrección, Jesús, es otro gesto de amor, el más importante. Si
la muerte hubiera sido total, ¿de qué habría servido tu sacrificio? El grano de
trigo que muere, pero vuelve a la vida transformado en miles de espigas,
llamadas, a su vez, a dar vida eternamente.
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