lunes, 30 de abril de 2012

Tú eres el Cristo (Marcos 8,27-38)


Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» ...Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días...
Y reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:  Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.»

à Tú eres el Cristo
Pedro sabía quien eras, “el Ungido”. Pero no tenía claro para qué te había ungido el Padre. Y no le gustó que le hablaras de sufrimiento.

Es la gran tarea pendiente de quienes nos decimos tus seguidores. Sabemos quién eres, pero actuamos como si no supiéramos a qué nos compromete tu seguimiento. Hemos hecho del sufrimiento una excusa para montar ONGs que piensan que todo se arregla con dinero. Y nos creemos “seguidores” –del que no tenía donde reclinar la cabeza- cuando aliviamos con dinero el sufrimiento –este sí es verdadero- de los más desfavorecidos. Somos administradores del sufrimiento ajeno.
Jesús, no me dejes caer en la tentación de constatar el sufrimiento ajeno sin compadecerme. Hazme misericordioso como tú.

à Tus pensamientos no son los de Dios
Por eso hay que estar a la escucha de las cosas de Dios.  El no piensa como nosotros. Tiene para el mundo otras soluciones, otras respuestas que ni soñamos. Sus planteamientos van más allá de las soluciones económicas, políticas, sociales…

No pretendo conocer tus pensamientos. Pero rastreando tu palabra, Jesús, puedo encontrar qué pensabas sobre el dinero, sobre el trabajo humano, sobre las relaciones entre jefes y súbditos, sobre el matrimonio, sobre el que se entrega al Reino… Son pensamientos de Dios que tengo que repasar una y mil veces, hasta que se graben en el corazón y me transformen en nueva criatura, que actúe a la manera de Dios.

à Quien se avergüence de mí y de mis palabras…
Me avergüenzo de mí, por no ser capaz de dar testimonio de ti y de tus palabras… Es fácil hacerlo en la iglesia, ante los fieles, y más ante los fieles partidarios incondicionales. Pero también puedo avergonzarme de que se note demasiado que soy cristiano, o de responder de manera audaz ante el hermano que me pide limosna, o ante la persona que solicita un momento de atención. Ahí, me he avergonzado de no actuar como testigo de tu Palabra.

Por eso quiero decirte que me perdones, que no tengas en cuenta mis debilidades y que me des la “caradura” necesaria para dar testimonio de ti. Sé que es fácil ponerlo por escrito, pero deseo ser amigo fiel de quien siempre ha sido fiel amigo. 

lunes, 23 de abril de 2012

Discípulos


Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día y, comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”. (Lucas 24,45-48)

Los discípulos son los testigos de la muerte de Jesús y también de su resurrección. No son un grupo de amigos alrededor de un jefe visionario que les lavó el cerebro con la promesa de un reino igualitario.

Los discípulos son personas unidas por una esperanza común, por la fidelidad a un proyecto que, a través de Jesús, descubrieron como proyecto de Dios y que consiste en la fraternidad universal. Por este proyecto, su “líder” entregó su vida toda.

 La resurrección no le ocurrió sólo a Jesús. En sus discípulos hay un resurgir de personas nuevas: han transformado sus ideales nacionalistas y excluyentes en invitación a una mesa común a la que son llamadas “todas las naciones” y pueden acercarse los que transitan por los “cruces de los caminos”.

Los cristianos nos apoyamos en este grupo de apóstoles y discípulos para no dispersar fuerzas ni dar prioridad a ideologías desintegradoras porque queremos constituir una sola familia, reunida en torno a la comida, donde nadie es excluido y donde todos sirven a todos.

Los discípulos de Jesús no son eruditos en cristología, sino sus amigos. Amigos hasta dar la vida como Él, que no pretenden transmitirnos conocimientos sino vivencias. ¡Y cuántas vivencias se despertarán en cada uno de nosotros si compartimos la mesa común!

domingo, 15 de abril de 2012

Vida Total


Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. (Texto completo:  1Cor 15,1-24)

Jesús, creo en tu resurrección. Sería un tonto si estuviera hablando con alguien del pasado, si hiciera depender mi vida de alguien que existió hace miles de años y que gracias a la iniciativa de algunos, ha perdurado su recuerdo en la historia.

Tu resurrección es la posibilidad abierta de Vida nueva para toda la creación. Y esa creación nos manifiesta la vida transformada por acción, sobre todo, del amor.

El mundo camina hacia adelante en la medida que se establecen relaciones fraternas, solidarias, amorosas. Hay esperanza en un futuro definitivo y distinto. Esa esperanza nos mueve a poner nuestro empeño en ir construyéndolo.

 Tú nos lo anunciaste, diste la vida por él, y al resucitar, nos invitas a ser partícipes de algo –Reino le llamaste tú- que ya estamos gustando en esta vida, algo que no va a ser “para los que vengan detrás”, sino la vida definitiva de todos nosotros, los hijos e hijas de Dios.

Señor Jesús, que resucitaste de entre los muertos y nos diste a todos la esperanza en una Vida Total junto al Padre:
Quiero agradecerte este don que nos haces y pedirte que esa esperanza haga que mi vida tenga un único norte: la vida renovada y definitiva que tú nos  ofreces.
 Te lo pido con fe, fundada en los testigos que compartieron contigo tu vida de resucitado. Amén.

domingo, 8 de abril de 2012

¿Por qué lloras?


Estaba María junto al sepulcro fuera llorando...  se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. (Juan 20,10-18)

à Estaba Maria junto al sepulcro, fuera, llorando.
Los discípulos volvieron a casa. Pero María se quedó llorando. Seguramente no se creía lo que acababa de ocurrir. No era posible que Jesús, su amigo, fuera todo aquello que decían de él sus enemigos.
Se quedó esperando un milagro. Eso que todos deseamos que trastoque una realidad que parece ya inmutable. Y el milagro, ocurrió.

à Mujer ¿por qué lloras?
Jesús le quisiste gastar una broma a tu amiga. ¿Qué razón tienes para llorar? ¿Lloras por mí? ¡Si estoy vivo!
Pero María no te reconoce. No en vano vienes del otro lado de la muerte. ¡Cómo debe ser un “cuerpo” resucitado! Bello, lleno de vida, inmortal, sin huellas del pasado… No te pudo reconocer.

à ¡María!... ¡Rabbuní!
Hasta que la llamaste. Porque el nombre que pronuncia el ser amado, no se oye con los oídos, sino con el corazón. Y María te respondió con el nombre cariñoso que seguramente te daba para hacerte rabiar: Maestro!! No hablaban los labios, sino el corazón.
Tú que pedirías después a Pedro un certificado triple de amor, es normal que quisieras dar la buena noticia de tu resurrección, primero, a quien más amabas.

à Vete donde mis hermanos y diles
Y le encargas a ella que sea portavoz de esta buena noticia. Sabes, Jesús, me encantaría que el discípulo amado se llamara María. Seguramente tu iglesia sería un poco más “femenina”, lloraría ante tantos muertos innecesarios, sentiría tu presencia viva en el corazón, más que en la cabeza y sería una iglesia tierna, acogedora, testigo de la vida… ¡Quién mejor que una mujer para dar testimonio de la vida!

à María fue y dijo a los discípulos
Ella cumplió tu encargo. Y seguramente puso tanto entusiasmo en ello que algunos pensarían que estaba loca, que el dolor la había trastornado. Y por eso no la tuvieron muy en cuenta. Me gusta pensar que Aquel que se entregó a la muerte por Amor, también por Amor transmitiera la Vida de resucitados a quienes lo aman.
Tu resurrección, Jesús, es otro gesto de amor, el más importante. Si la muerte hubiera sido total, ¿de qué habría servido tu sacrificio? El grano de trigo que muere, pero vuelve a la vida transformado en miles de espigas, llamadas, a su vez, a dar vida eternamente.

domingo, 1 de abril de 2012

Le crucificaron allí (Lucas 23,33-49)


Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda...

à Jesús dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
                       Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso
                       Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu                 

à El pueblo:  Estaba mirando
                       Regresaba dándose golpes de pecho

à Los magistrados:  hacían muecas diciendo:  «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»                                   

à Los soldados:  se burlaban de él y, acercándose
                             le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»

à Un malhechor:     le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»

à Otro malhechor: le respondió diciendo: «¿Es que no temes  a Dios, tú que sufres la misma   condena?
                                    Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»

à El oficial: glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»

à Todos sus conocidos y las mujeres: estaban a distancia presenciando todo esto.

 Tu muerte, Jesús, no deja a nadie indiferente. Todos tenemos algo que decir, que opinar, que hacer ante tu cuerpo maltrecho, colgado de un madero.
A veces soy como el pueblo, que te miro como un espectáculo sobrecogedor, pero que no tomo partido ni me atrevo a levantar la voz por miedo a la “autoridad”. Y me siento culpable aunque lo arreglo con unos cuantos golpes de pecho.

También actúo como los magistrados, sobre todo cuando la responsabilidad me sobrepasa. Entonces pienso que tú tienes el poder y que debes intervenir para suplir mi falta de compromiso. “Si a otros has salvado, hazlo ahora también”.

Como los soldados, hay ocasiones en que te muestro mi incredulidad. Cuando, por ejemplo, pienso que no actúas suficientemente rápido, o en la línea que a mí me gustaría. He estado convencido muchas veces que tu poder no es efectivo, no es como el que yo necesitaba para arreglar las situaciones. En el fondo, he desconfiado del poder del Amor.

Merezco estar en la cruz, como los malhechores, porque ha habido tantas actitudes con relación a los demás que deben desaparecer de mi vida… A nadie condenan a la cárcel –mucho meno a muerte- por ser indiferente al dolor ajeno, por ser intolerante, por negar la palabra al hermano, por murmurar, por desear lo malo para otros, por pensar mal de las personas, por desearles fracasos… Por todo eso merezco la cruz…

Pero como el “buen ladrón”, confío en que te apiades de mí y me acojas en tu Reino. Quiero confesar tu nombre, tu misión y tu destino salvador. No quiero quedarme a lo lejos, presenciando tu muerte horrorosa.

Jesús, quiero acoger tu palabra. Sentir tu perdón porque “no sé lo que hago”, recibir el consuelo de tu promesa “hoy estarás conmigo en el paraíso” y mientras se acerca esa hora definitiva, encomendar mi espíritu en las manos del Padre. Necesito, Jesús, tu fortaleza para no desaparecer a la hora de la exigencia, a la hora del sufrimiento y, si es tu voluntad, a la hora de la muerte.