Pedro le contesta: «Tú eres
el Cristo.» ...Y comenzó
a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los
tres días...
Y reprendió a
Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres.» Llamando a la gente a la vez que a
sus discípulos, les dijo: Porque quien se avergüence de mí y de mis
palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se
avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos
ángeles.»
à Tú eres el Cristo
Pedro sabía quien eras, “el Ungido”. Pero no
tenía claro para qué te había ungido el Padre. Y no le gustó que le hablaras de
sufrimiento.
Es la gran tarea pendiente de quienes nos decimos tus seguidores.
Sabemos quién eres, pero actuamos como si no supiéramos a qué nos compromete tu
seguimiento. Hemos hecho del sufrimiento una excusa para montar ONGs que
piensan que todo se arregla con dinero. Y nos creemos “seguidores” –del que no
tenía donde reclinar la cabeza- cuando aliviamos con dinero el sufrimiento
–este sí es verdadero- de los más desfavorecidos. Somos administradores del
sufrimiento ajeno.
Jesús, no me dejes caer en la tentación de constatar el sufrimiento
ajeno sin compadecerme. Hazme misericordioso como tú.
à Tus pensamientos no son los de Dios
Por eso hay que estar a la escucha de las cosas
de Dios. El no piensa como nosotros.
Tiene para el mundo otras soluciones, otras respuestas que ni soñamos. Sus
planteamientos van más allá de las soluciones económicas, políticas, sociales…
No pretendo conocer tus pensamientos. Pero rastreando tu palabra,
Jesús, puedo encontrar qué pensabas sobre el dinero, sobre el trabajo humano,
sobre las relaciones entre jefes y súbditos, sobre el matrimonio, sobre el que
se entrega al Reino… Son pensamientos de Dios que tengo que repasar una y mil
veces, hasta que se graben en el corazón y me transformen en nueva criatura,
que actúe a la manera de Dios.
à Quien se avergüence de mí y de mis palabras…
Me avergüenzo de mí, por no ser capaz de dar
testimonio de ti y de tus palabras… Es fácil hacerlo en la iglesia, ante los
fieles, y más ante los fieles partidarios incondicionales. Pero también puedo
avergonzarme de que se note demasiado que soy cristiano, o de responder de manera
audaz ante el hermano que me pide limosna, o ante la persona que solicita un
momento de atención. Ahí, me he avergonzado de no actuar como testigo de tu
Palabra.
Por eso quiero decirte que me perdones, que no tengas en cuenta mis
debilidades y que me des la “caradura” necesaria para dar testimonio de ti. Sé
que es fácil ponerlo por escrito, pero deseo ser amigo fiel de quien siempre ha
sido fiel amigo.