Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés,
el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús
les dijo: «Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al
instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio
a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca
arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre
Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
Subió al
monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que
estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los
demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el
de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges,
es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago
el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le
entregó. ( Mc 1,16-20.3,13-19)
à Vio a Simón y Andrés… a Santiago y a Juan
Y a tantos otros a lo largo de la historia. Pero
creo que esa mirada suponía ya un cierto conocimiento. Creo que antes de llamar
a tus discípulos, te informarías en el pueblo sobre quiénes estaban dispuestos
a dejarlo todo por unirse a tu causa de salvación. Y después, entre tantos
discípulos, elegiste a los doce, con sus nombres y apellidos.
No fue una llamada al azar. Elegiste a quienes
respondían a un perfil de compromiso y de anhelo por una realidad distinta.
No sé qué verías en mí, Jesús. Recibí tu llamada y creo que no hay una
respuesta mía de una vez para siempre. De niño, no sabía ni adónde iba. Pero al
ir creciendo, fui respondiendo a tu mirada. No sé hasta dónde era una respuesta
consciente. Más bien me dejé llevar por una cierta inercia hasta verme en
la obligación de tomar decisiones que fueron concretando mi seguimiento. Creo
que no me equivoqué. Has llenado mi vida en tantas ocasiones!! Y me he sentido
tan feliz, a pesar de las limitaciones, en la realización de la misión
encomendada…!! Hasta llegué a pensar que tanta alegría sólo era causa de estar
donde debía estar. No me arrepiento de haber ido al seminario a las 11 años.
à Les dijo: Vengan… los haré pescadores à Al instante, los llamó
Nos llamaste para algo concreto, pensando en la situación de la gente.
Te confieso que, al principio yo pensé más en mí mismo. En lo que iba a hacer,
en lo que quería ser, en la “categoría” especial de cristiano en la que iba a
estar… Me comporté como un auténtico cura, que piensa más en su realidad con
relación a los demás, que en la realidad de los demás. Y así, caminando a veces
unido a ti, a veces pensando en mí, fui descubriendo que el seguimiento no es
un paseo, sino un trabajo atento al prójimo. Que no importa tanto si me reciben
bien o mal, si estoy o no a gusto, sino que lo importante es realizar tu
misión, aquel trabajo de mostrar cómo debemos vivir los hijos de Dios, cuál
debe ser la característica de tu familia, dónde debo acudir con urgencia, a
quiénes debo prestar la máxima atención… Me enseñaste a ir pescando hombres,
sobre la marcha…
à Llamó a los que él quiso
Me gusta pensar que ese “quiso” significa “amó”. Y ahí me desarmas
totalmente. Si has llamado a los que amaste, no tengo más remedio que responder
a tu llamado, porque ser amado es lo más grande, lo que me realiza como persona.
Te agradezco Jesús que me hayas querido y por eso me hayas llamado.
à Para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar
En este asunto, he cumplido a medias. Me he
preocupado más de lo segundo y quizá no ha sido tan efectivo porque me ha
faltado más de lo primero. Estar contigo, permanecer contigo, siempre me ha
parecido importante, pero difícil de realizar. Quiero hacer un compromiso de
permanecer contigo… Me resuenan ahora tus palabras: el que no permanece en mi
amor, se seca… Y algo así me ha podido pasar, Jesús. Los frutos en el árbol no
duran para siempre. A la larga, si no se cuida, si no recibe la savia nueva de
cada primavera, ese árbol se seca. Yo he vivido de rentas, he dado frutos de
primeros años, pero en el fondo, he ido perdiendo la vida nueva que tú me
regalas cada día.
Sólo una petición: Señor, si quieres, si me
quieres, puedes llamarme otra vez. Estaré atento a tu mirada y dejaré todo para
seguirte. Permaneceré contigo y realizaré el trabajo que desde la confianza
mutua, tú me encomiendes.