domingo, 11 de marzo de 2012

No he venido a llamar justos


Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos  y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» (Mc 2,13-17)

à Vio a Leví… y le dice: “Sígueme”
Saliste, Jesús, en busca de compañeros para tu misión. Y te paraste delante de Leví, el publicano, aquél con quien nadie quería trato alguno, por traidor a la patria. Y te pareció que podía ser bueno para sembrar contigo la simiente de otra patria distinta. Quizá necesitabas un administrador. Y lo llamaste.
No sé si llegaste a pensar lo que dirían los demás, pero estoy seguro de que por tu mente no pasó ninguna discriminación, sino que creíste hacer lo más conveniente para llevar adelante tus objetivos.

Tampoco sé lo que viste en mí. Seguramente pensaste en que podría serte útil en alguno de tus recados. Casi sin pretenderlo, me fui detrás, como por inercia y aunque reconozco que me has cuidado con mimo, no me siento orgulloso de mi seguimiento. He trabajado con interés, con ilusión, con esfuerzo… pero creo que no he dejado las pretensiones propias, seguir mi plan de vida disimulándolo con el tuyo, buscar por otros caminos…

à Eran muchos los que le seguían
Marcos habla de pecadores y publicanos. Te seguían. Supongo que algo verían en ti. Uno supone que el pecador, no debe tener trato con “lo religioso”. Pero estoy equivocado. Quizá tenga más trato con esa realidad que le trasciende y a la que acude buscando respuestas a su incómoda situación de persona infeliz. El pecador ha desviado su camino, seguramente pensando encontrar antes lo que todos anhelamos: una felicidad plena, sin altibajos, que merezca la pena vivirse. Cuando pecamos, no lo hacemos buscando el mal, sino el bien.
Y tú te sentaste a la mesa con ellos. Es una forma de compartir “el pecado” – otra lo fue tu propia encarnación- pero con la intención de redimirlo, de dejarte tocar sin miedo a quedar impuro, por quienes eran esquivados por los religiosos de turno.

Me siento pecador, Jesús, soy pecador. Me he dejado llevar por esa ansia de felicidad que nos impulsa a todos los humanos. Y, en muchas ocasiones, he equivocado el camino, o lo he preferido por ser más fácil, más rápido, más al alcance de la mano.
Al seguirte tengo que aceptar que lo primero no es mi felicidad, sino la de los otros. Que mis problemas y mis preocupaciones van detrás, que mi vida adquiere valor si, como tú, la entrego.
A  pesar de ese pecado, me invitas a tu mesa cada día, me ofreces tu amistad y compartes conmigo tu pan y tu vino, tu cuerpo y tu sangre. No te importa juntarte conmigo a pesar de que otros crean que no soy merecedor de tu atención. Y al murmurar de mí, seguro que no han caído en la cuenta de que también han murmurado de ti.

à No he venido a llamar justos, sino pecadores
Los que son vistos como pecadores por los “justos” de cada época. Esos pecadores lo eran según las leyes de aquella época. Ahora también hay pecadores “oficiales” como existen justos “oficiales”. Y tú, inequívocamente, te alineas con los pecadores.

Confío en tu misericordia. Soy pecador porque he traicionado tu amistad. Pero no lo soy porque haya trasgredido unas leyes o unas normas obsoletas que todavía funcionan en la mente de muchos “justos”. Me siento mal porque no he querido ser más radical en tu seguimiento, porque no he vivido mi compromiso contigo al 100%, porque he desaprovechado muchísimas ocasiones de acogerte en el hermano, porque he hablado de ti sin sentir que lo hacía de alguien que me ama y al que debería amar de igual forma. Mi pecado es un pecado de ingratitud contigo y por él te pido humildemente perdón.
También por las veces que sintiéndome “justo” (no robo, no mato…) me he atrevido a juzgar al hermano. Siento en el corazón que te he juzgado a ti también. Y te pido perdón.

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