domingo, 18 de marzo de 2012

Paciencia, paciencia... (Marcos 4,26-34)


También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo...
 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» 

à Todos tenemos una cierta impaciencia. El reino que anunciaste, Jesús, está presente según tu palabra. Pero a todos nos gusta ver los frutos de nuestro esfuerzo. A mí también. Pero nos explicaste con parábolas que ese esfuerzo nuestro es inútil si no hay una fuerza mayor –tu Espíritu- que le haga fructificar. O sea, el reino es cosa de dos: el esfuerzo humano y la presencia viva de tu Espíritu.

Sé de sobra, que el Reino que inauguraste se manifiesta de muchas maneras. Pero yo preferiría ver las consecuencias de mi trabajo. Sigo empeñado en que soy mejor que algunos otros que sólo aparentan. Me falta la humildad de reconocer que, tras ese esfuerzo mío, está el empuje de tu Palabra, la fortaleza de tu Espíritu. Y no lo digo por decir: hay tantos momentos a lo largo de mi vida en que se ha hecho patente esa realidad que sobrepasa mi capacidad humana!
Te pediría, Jesús, que tengas conmigo la paciencia que yo no tengo contigo. Dame tiempo para descubrirme a tu lado, como un niño ayuda a su padre a empujar un enorme bulto. Ambos trabajan, pero no hay comparación entre la fortaleza del uno y del otro. Que me sienta satisfecho por estar contigo y por aportar para que se haga evidente tu Reino.

à Nos queda la esperanza de que se cumpla tu promesa. Con la parábola del grano de mostaza, Jesús nos muestras que el Reino de Dios se desarrollará de tal manera que nadie podrá ignorarlo.

Dame, Jesús, una confianza ciega en tu palabra. Que nunca me canse de llevar adelante y practicar los valores de tu Reino. Que sepa también hacerlos visibles a tantas personas hambrientas de un mundo más justo y fraterno. Y que nunca dude de que es voluntad del Padre que todos vivamos, en ese Reino, la fraternidad universal, la familia redimida de los hijos e hijas de Dios. 

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