Llegados al lugar llamado Calvario, le
crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda...
à Jesús dijo: Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen
Te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso
Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu
à El pueblo: Estaba
mirando
Regresaba
dándose golpes de pecho
à Los magistrados: hacían muecas
diciendo: «A
otros salvó; que se salve a
sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»
à Los soldados: se
burlaban de él y, acercándose
le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
à Un malhechor: le
insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
à Otro malhechor: le
respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú
que sufres la misma condena?
Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con
tu Reino.»
à El oficial: glorificaba
a Dios diciendo: «Ciertamente este
hombre era justo.»
à Todos sus conocidos y las mujeres: estaban a
distancia presenciando todo esto.
A veces soy como el pueblo, que te miro como
un espectáculo sobrecogedor, pero que no tomo partido ni me atrevo a levantar
la voz por miedo a la “autoridad”. Y me siento culpable aunque lo arreglo con
unos cuantos golpes de pecho.
También actúo como los magistrados, sobre
todo cuando la responsabilidad me sobrepasa. Entonces pienso que tú tienes el
poder y que debes intervenir para suplir mi falta de compromiso. “Si a otros
has salvado, hazlo ahora también”.
Como los soldados, hay ocasiones en que te
muestro mi incredulidad. Cuando, por ejemplo, pienso que no actúas
suficientemente rápido, o en la línea que a mí me gustaría. He estado
convencido muchas veces que tu poder no es efectivo, no es como el que yo
necesitaba para arreglar las situaciones. En el fondo, he desconfiado del poder
del Amor.
Merezco estar en la cruz, como los
malhechores, porque ha habido tantas actitudes con relación a los demás que
deben desaparecer de mi vida… A nadie condenan a la cárcel –mucho meno a
muerte- por ser indiferente al dolor ajeno, por ser intolerante, por negar la
palabra al hermano, por murmurar, por desear lo malo para otros, por pensar mal
de las personas, por desearles fracasos… Por todo eso merezco la cruz…
Pero como el “buen ladrón”, confío en que te
apiades de mí y me acojas en tu Reino. Quiero confesar tu nombre, tu misión y
tu destino salvador. No quiero quedarme a lo lejos, presenciando tu muerte
horrorosa.
Jesús, quiero acoger tu palabra. Sentir tu
perdón porque “no sé lo que hago”, recibir el consuelo de tu promesa “hoy
estarás conmigo en el paraíso” y mientras se acerca esa hora definitiva,
encomendar mi espíritu en las manos del Padre. Necesito, Jesús, tu fortaleza
para no desaparecer a la hora de la exigencia, a la hora del sufrimiento y, si
es tu voluntad, a la hora de la muerte.
1 comentario:
Muy bueno
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