domingo, 26 de febrero de 2012

Tentaciones: Mateo 5,1-16


Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»...
Entonces Jesús le respondió: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.» Entonces el diablo lo deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

Jesús, viviste un mesianismo duro, con la prueba desde el inicio de tu misión hasta la cruz final.

Ser el Mesías de Dios no fue un privilegio para ti, en el sentido humano, sino un compromiso radical con la humanidad. Un compromiso a muerte. Y tuviste que soportar mil tentaciones que expresaban quizá la única tentación: hacer otra cosa, o sea, no hacer la voluntad del Padre.

Al leer el Evangelio, vemos tu vida “marcada” por un destino final. Y presuponemos que, en tu aceptación de la voluntad del Padre, no tuviste mayores problemas. Pero el Espíritu te llevó al desierto, a enfrentarte contigo mismo y con tus legítimos deseos de vivir tu vida, o de ser un Mesías a tu gusto, o de provocar el milagro fácil que te allanara el camino…

Al decirte estas cosas, Jesús, me voy retratando. No porque pretenda ser un Mesías, sino porque reproduzco en mi vida esas tentaciones de lo fácil, lo placentero, lo exitoso, lo cómodo… Y eso NO es hacer la voluntad del Padre. Hay que superar el hambre –lógico después de cuarenta días- y alimentarse de la Palabra. “El que coma de ese pan, no tendrá más hambre”.

En Getsemaní tuviste la tentación de claudicar al final y le pediste al Padre que pasara de ti aquella hora. Pero la venciste: que se haga tu voluntad. Quiero unirme a tu oración del huerto. Soy un cobarde y me asusta el sufrimiento, el propio y el ajeno, que también debo hacerlo mío. Por eso, también quiero expresar mi angustia y pedirte con todo el temblor de mi alma, que también yo pueda hacer la voluntad del Padre. Y, aunque sea de buen ladrón, permíteme acompañarte en la cruz.
Suenan bien estas palabras, pero no quiero que sean pura retórica. Tú sabes, Jesús, que lo digo desde el corazón, pero muerto de miedo. Confío en tu apoyo. También tú necesitaste un ángel que te consolara.

Quiero Señor adorarte siempre, y darte el culto que te mereces: luchar por un mundo más a tu estilo, por una sociedad de hermanos, por una creación rejuvenecida… Dame sensibilidad para descubrir dónde está tu presencia y adorarte sólo a Ti.

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